EL VÉRTIGO DEL LIRISMO // JORGE ARCE

ARTÍCULO POR Dra. Martha L. Canfield

Università degli Studi di Firenze


El surgimiento de la pintura abstracta en el Perú, que desplazó al indigenismo en favor de la universalidad moderna a mediados del siglo XX, se debe a Jorge Eduardo Eielson (1924-2006) y a Fernando de Szyszlo (1925-2017). Pero hoy día, recordando sin duda que la obra de ambos sigue siendo un punto de referencia fundamental en el arte contemporáneo, es igualmente importante recordar que ella ha abierto el camino a nuevas formas de expresión imprevisibles y sorprendentes, como la pintura sincromista, en la que el color y el sonido son fenómenos similares, o la más reciente plunderfonía, que consiste en la re-composición y re-semantización del espacio físico, o los soundscapes, o paisajes sonoros, definidos como construcciones abstractas en las que composiciones musicales, montajes analógicos y digitales se presentan como ambientes sonoros.

Tales modalidades artísticas son las que nos propone Jorge Arce, desde hace casi tres lustros, asumiendo técnicas y conceptos revolucionarios, que no se habían visto en su país y que él desarrolla con notable conciencia especulativa y teórica. En su obra el expresionismo abstracto viaja hacia lo que él mismo define como “vaciamiento”: la composición de formas que, derivando de la materialidad, se han densificado hasta resolverse en geometría básica, o esencia suprema de la visión (o en otras palabras, reelaborando las técnicas vanguardistas del suprematismo). Véase, por ejemplo, en la presente exposición, la pintura Abstracción I, donde ciertas formas indefinidas en las que predomina un color rojizo, se van perdiendo y como escondiendo en un manto azul, progresivamente uniforme, que sugiere por fin la esencia, como interioridad y como absoluto. O véase la Abstracción II, donde en el fondo y arriba un paisaje que puede ser marino, pero también con algo de tierra y de arena, se muestra en fase de inmersión en un color oscuro dominante, anuncio de la tiniebla inevitable y conclusiva. Con mayor evidencia, e incluso más dramáticamente, el proceso se observa en los dibujos (Abstracción XV, XVI, XVII, XVIII, XIX y XX), donde cada obra es un díptico en el que la parte izquierda, a colores sobre la cartulina, muestra una figura esencial, mientras que la parte derecha, en lápiz, negro uniforme, sugiere la absorción del primero en la tiniebla conclusiva, ya vista en el cuadro Abstracción II. 

En el impulso creador de Arce, la geometría –o sea, como él mismo explica, las líneas paralelas, la secuencia, la intermitencia, los círculos– se funde con la abstracción. Y en la vibración que esa fusión transmite al espectador, se presiente o incluso se percibe nuestro propio panorama interior. En la Abstracción III, por ejemplo, una forma ovoidal azul parece declarar su voluntad de crecer (¿desarrolarse, germinar, nacer?) y de imponerse a la violencia del rojo. Y el artista es perfectamente consciente de la lucha entre los colores y de las distintas almas o caracteres que cada color tiene, frente a los cuales él no puede hacer otra cosa que escuchar y expresar. 

Este tipo de arte confirma la preexistencia de un universo que, a través de la imagen artística establece una realidad propia fuera de la lógica, o fuera de nuestra mente, pero más cerca de nuestros sentidos y en sintonía con lo estrictamente vivencial. Él habla de “sentidos primitivos” y podemos creer que, en ese contexto, “primitivo” quiere decir original y auténtico, no pervertido por las elucubraciones artificiales, por las falacias de la “civilización”. 

Es en este punto que se abren las puertas a la intervención del sonido: con los sonidos, y con la música, se crea un espacio donde el tiempo no existe, un espacio donde el vacío se configura y donde la pintura abstracta se revela el lenguaje por excelencia. Y aquí Jorge Arce recurre necesariamente a la plunderfonía, traduciendo el término Plunderphonics, acuñado por el compositor John Oswald en 1985 para definir una forma de collage de sonidos y de música en donde las nociones de originalidad y de identidad quedan descartadas de manera referencial y consciente. Las esculturas sonoras de Jorge Arce nos confirman la capacidad iluminante de la música asociada al arte abstracto, revelándonos un lugar donde el tiempo ya no existe, donde la razón guiada por los sentidos se sitúa en lo esencial. Este arte, por lo tanto, no nos da solamente una representación de lo visual, sino que se nos brinda como herramienta de aprendizaje y de acción.

No todos los artistas, ni todos los escritores, tienen una clara conciencia de los mecanismos y de las bases filosóficas que guían su propia creación. Jorge Arce es una excepción en esto: su conciencia es minuciosa y precisa; su lenguaje, exquisito y eficaz. Y la manera en que teoriza su propia obra está marcada, como él mismo se atreve a reconocer, por el vértigo más absoluto del lirismo. Por lo mismo nos parece útil cerrar estas líneas con sus propias palabras:


Mi pintura no es otra cosa que el grito agónico del recluso que araña la superficie mohosa de su celda y su cuerpo.


Ese arañar la superficie de la celda crea, sin duda, sonidos, vibraciones y figuras inciertas en las cuales los sentidos se sumergen para perderse en una fusión de música y forma, más allá del tiempo y del espacio, donde la esencia del ser se revela. Y en ese suspiro creativo, la obra que emerge contiene y comunica a la vez misterio y luz.

Jorge Arce en su estudio



Obra original // Jorge Arce©

                                    

Obra original // Jorge Arce©

                

Obra original // Jorge Arce©

Más sobre el artista //

Jorge Arce .

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Ramón Jiménez Lobo